Beatriz Rivas nos lleva a Santa Helena, la morada definitiva de Napoleón Bonaparte. No es difícil acompañar en el exilio al hombre de Estado, al patriota, al general y estadista.
Desterrado y virtualmente prisionero en la isla de Santa Helena, Napoleón Bonaparte dicta todas las mañanas sus memorias, consciente deque las manipula de acuerdo con la imagen de gloria que desea legar a la posteridad. El viejo guerrero no tiene otra ocupación valiosa hasta que miss Betsy Balcombe toca a su puerta; a partir de entonces no le importa que su memoria sangre semana a semana, lo esencial es estar con esa chiquilla, recrearse en su figura, perderse en su aroma y en la seriedad juguetona de su mirada mientras hablan de todo: nostalgia, deseo, religión, deber, amor, muerte, vacío.