Autor:
luz eusse lopez
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Páginas: 52
Descripción:
Cuando Javier nació era un chico enclenque, enfermizo y sufría de bronquitis. Además se asfixiaba constantemente. Nadie creía que sobreviviría porque en la oscura habitación de aquella casa de inquilinato donde vivía con su madre, tío y hermana, era muy poco el aire fresco que llegaba a sus pequeños pulmones. Cada dos días era llevado al médico. La familia pedía limosna para pagar las consultas, comprar los remedios, tales como los inhaladores que le aliviaban su mal.
Era un chico moreno, de cabello negro y ojos penetrantes. A pesar de ser un bebé miraba profundamente a quienes se hallaban a su lado como diciéndoles aquí estoy. No era un niño bonito, simplemente, otro infante más. Su madre le dio leche materna hasta los 5 años. Con este maravilloso alimento Javier mejoró su salud.
Era un chiquillo inteligente y agradable. Sus facciones de bebé se transformaron en las de un hombrecito de boca pulida, ojos negros y grandes, cabello lacio, del mismo color. Cuando reía se veía hermoso. Su mente privilegiada captaba al instante las enseñanzas que se le impartían. Javier supo lo que era el hambre al lado de su familia. Muchas veces se levantaba sin nada para llevar a la boca, entonces la dueña del inquilinato, doña Consuelo, compadecida de ellos compartía sus alimentos. No era capaz de comer sabiendo que los hijos de Renata no tenían ni una migaja de pan.
Desde sus cinco años comenzó a mostrar inclinaciones no aptas en un hombre: Le gustaba jugar con muñecas, se colocaba los adornos de su madre y hermana desfilando como si fuera una mujer.
El niño nació con las hormonas cambiadas ya que era homosexual. No se sabe la causa del problema. Quizá influyó, el que Renata Vega, su madre, se acostara con cuanto hombre se lo proponía o tal vez la marihuana mezclada con mucho licor.
El pobre joven, desde muy temprana edad, aprendió a estudiar con el estómago vacío. Sus profesoras, sabiendo de su inteligencia le daban almuerzo, siendo ésta, la única comida que el chico llevaba a su boca.
Javier ocultaba su mal con sumo cuidado. Faltando un mes para su cumpleaños número 18 le informó a su madre el deseo de ser sacerdote, pero ésta se opuso porque su hijo era la única persona que podría mantenerla, ya que ella y su hija mayor Teresa eran muy perezosas para trabajar, dormían hasta las 2 de la tarde.
Con su mal y la oposición de su madre, Javier enfermó gravemente. Se asfixiaba, padecía de asma, sus pulmones le fallaron de nuevo y de una simple gripe convertida en pulmonía murió el día en que cumplió sus 18 años.
Javier presentía que su fin estaba cerca e hizo prometer a su madre que tan pronto muriera, donaría su cuerpo para que otros se beneficiaran de sus órganos sanos y de esta forma servir a la humanidad.
Pero lo más curioso de todo, es que el día y la hora en que Javier entregaba su alma a Dios, en Villa Carlota, lujosa residencia ubicada al sur de la ciudad de Santa Clara, a la misma hora de su muerte, nacía otro niño a quien colocaron el nombre de Sebastián.
Aunque no se conocían, Renata, madre soltera y mamá de Javier, Alberto y Ángela, los padres de Sebastián, sus vidas correrían muy unidas por el dolor de sus hijos.
