Autor:
Daniel Costa
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Páginas: 647
Descripción:
¿Quién es Aina Sans?
La musa más rutilante del cine pornográfico de todas las épocas. Una mujer genuina. Una actriz sexi con cerebro. Un cuerpo que ofrece demasiada información. Alguien que te calienta a fuego lento y, sin embargo, una mujer de carácter tranquilo, casi tímido, con un punto de retraimiento.
Linda Lovelace, Vanessa del Rio, Ginger Lynn, Jena Jamisson, Sophie Evans y Silvia Saint son varias de las grandes pornostars de siempre. Puedo asegurar que no han disfrutado tanto ante una cámara, dejándose penetrar, morder, chupar, lamer, acariciar; chupando, mordiendo, lamiendo, acariciando ellas, como Aina Sans, que lo hace con una pasión sin parangón en los anales del porno. Porque le gusta que la miren y el espectador lo nota en la primera secuencia. El matiz es el sentido lúdico con el que hace el amor. Con ella el sexo pierde transcendencia para volverse un acto feliz. Como debiera ser siempre.
En sus películas no esperen encontrar ustedes tramas repletas de gánsteres, prostitutas y burdeles. Son comedias urbanas protagonizadas por hombres y mujeres de hoy en día, como somos todos nosotros. La serie de filmes Lips Oro, que ha protagonizado la Sans en buena parte, refleja nuestra sociedad tal como es, barnizándola con una patina de comedia amable y penetrando en las alcobas de los protagonistas. Historias rodadas con increíble delicadeza que consiguen ser reales y honestas, a la vez que cargadas de erotismo genital absoluto (en Sabor a Fresa insertaron en el útero a la Sans una microcámara con luz y enlazaron otra al varón en el cuello del pene, de tal manera que el montador intercaló escenas externas e internas de los coitos. Suenan gemidos y en la pantalla se suceden los rostros de Aina y su amante en pleno orgasmo con panorámicas del pene eyaculando dentro de la vagina).
Mujer de reputación distraída. Ordinaria y glamourosa; valiente y lista. Contraria a la doble moral; ficticia, sincera, escatológica, cultivada, cicatera y generosa; el morbo de un rostro ingenuo en un cuerpo diabólico. Mujer fatal, afectuosa, distante. Hombros llenos de pecas rosadas. Se reinventa según la ocasión lo requiera. Lee a Petrarca y afirma que el porno pone freno a los depravados.
Portada en numerosas ocasiones de la prensa del corazón y objeto de deseo de quienes adoran la voluptuosidad de sus curvas en pantalla. Es más famosa que conocida porque, increíble paradoja, nos son familiares los rincones más recónditos de su cuerpo pero no sabemos nada de ella.
Excepto yo.
