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Serie de relatos Migas de pan: Senectud Acelerada y otros relatos




Ranking en Amazon: #613644 (ayer: #612817)
Páginas: 133

Descripción:
Por esto hoy aquí se los tengo
Traía unidas sus manos chicas y enseñaba su ofrenda arrebujada en ellas.
El conjunto parecía un cuenco rebosante de sangre y leche espumadas de sueños, huellas de simiente en un camino ceniciento, prados yermos acosados por polvaredas de letras, o raleados congresos de lánguidas hormigas.
Podían ser mucho y nada aquellos cuentos, tan profundo el cosmos, tan vasto el tiempo, tan efímera la existencia y el átomo, tan pequeño.
Sólo está claro que venían siendo aliento, resuello tibio con actitud de bastón, de morral, de alimento.
Al cabo no era mucho, apenas un bocado tan humilde que negarse a probarlo podría llegar a doler, aunque más no fuese como duele la lástima.
Dijo que había más que estos, otros muchos, todos peregrinos de aquí y de allá, casi huérfanos, y que nada valdrían de no ser algo locos, que muy poco de verdad cantan los cuerdos y cuando lo hacen desafinan.
Y dijo: ?La vida es hermosa, una gloria, y a veces se la trata de malas maneras. ¿Podríamos reír un rato a expensas de sus verdugos? No temas observarlos un instante. No soy mejor que ellos y muchas dudas me ha costado arriarlos. Vienen de esos tiempos de soledad en gloria cuando se busca algo que se ignora pero adentro, donde el más oscuro rincón es un hueso que brilla.
Pareció meditar un momento, no demasiado, como quien tiene noción del tiempo por el valor de cada suspiro, luego continuó:
?Y han venido y vienen hasta que juntos, y sin verse las caras, descubren que no saben adónde desean llegar, aunque hacia donde vaya uno todos marcharan, así sea el olvido. Suponen ser llanto y cada uno, lágrimas perdidas por ojos que anidan en las profundidades de un lago que se seca.
Se sonrojó como una quinceañera al decir esto, como si yo no existiera y me hubiese descubierto de pronto. Luego desempolvó un aire cómplice e hizo un guiño. Entonces acercó más sus manos a mis ojos y sonrió al mostrármelos:
?¡Vea! ?dijo ?¿Vio? ¿Viste? No se me parecen. Y sin embargo todos llevan un sesgo mío. ¡Toma! ¡Toma alguno!
Estiré la mano como quién tira una resignación y desperté sintiéndome egoísta al ser sorprendido por el roce frío del espejo.
Después, mucho después andando el tiempo, no estuve muy seguro de qué cosa podría hacer con ellos. Podrían ser terribles si allí afuera no existiera una realidad inimaginable. Graciosos, si fueran imposibles. Mejores, de no ser patéticos como la humanidad que los inspira. Útiles, si al menos la imperfección de unos permitiera apreciar mejor las virtudes de otros.
Pero como la propia vida, apenas son pura ironía. Aquí están ahora, llenos de ansiedad por vuestros ojos. Os dejo con ellos.

Félix Acosta Fitipaldi





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