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Páginas: 42
Descripción:
Digo demonios. Lo primero. Digo demonios.
Antes de que lea el lector esta breve nota introductoria le prevengo que se va a declarar en ella lo que debería ser visto en esta obra por lo que haría muy bien si se la saltara para iniciarse en su lectura en el capítulo inicial. Es mejor acercarse a Nathanian con una mente clara, y no apercibido de lo que podría encontrar. Por tanto era deber mío apercibirles. Yo como espectador asiduo al cine reniego de aquellos trailers o avances de películas que me dispongo a visionar y que ya nos cuentan toda la historia. Así pues, ya una vez el lector apercibido me dispongo a avanzar como si se tratara de imprimir un conocimiento apriorístico en la mente del lector del que carece, además de cubrirme las espaldas y evitar de este modo que nadie pueda realizar una introducción al uso de mi relato que tanto me desagradan. Así pues puedo proseguir con mi introducción, sin cargo de conciencia alguno.
Que tendrá que ver el lector en Nathanian.
Probablemente la existencia actual de una realidad que va más allá de la metáfora; cómo el mundo está siendo convertido en un lugar en donde la individualidad está siendo fagocitada por los medios de comunicación masivos, la corrupción a la que se somete voluntariamente o involuntariamente el hombre actual con tal de conseguir sus objetivos de lograr fama dinero o renombre internacional, de salir del anonimato y lograr un éxito rápido, y ser uno más de esos hombres en traje gris o negro, perfectamente planchado, y para ello sacrificar lo que es en esencia suyo. Uno de aquellos que son como robots, es decir, esclavos pero que en su desconocimiento de las causas y circunstancias viven "felizmente esclavizados" por los medios de producción y por la propaganda, encaminada a mantener en un feliz sueño a la masa.
En ese tiempo en el que Nathanian vive toda la tierra se encuentra sumida en el caos más absoluto, el mundo ha salido de una cuarta guerra mundial que tras mil años de paz ha acabado por contaminar totalmente la atmósfera del planeta tierra para hacerla irrespirable, por lo tanto todo el planeta se encuentra rodeada de una gran cúpula grisácea y opaca pero que permite que la luz del sol penetre algunas horas al día. Supóngase que no estamos en algún momento actual del tiempo sino que estamos viviendo en un tiempo imaginario. El resto del tiempo la ciudad permanece sumida en la noche oscura, iluminada por una luz eléctrica permanente.
Desde hace milenios el hombre sigue buscando por los confines del universo la piedra de la sabiduría, Ben-Ben, también llamada piedra filosofal. Está bien mientras lo busca, pues muy probablemente ese hombre la encontrará. Sé bien que debo estar arrastrando las palabras; pero esto tiene un motivo.
Este pequeño relato que no ceso de dar vueltas me recuerda aquellas novelas desesperadas y oscuras del pasado reciente. A Brave New World, de Huxley; o 1984 de George Orwel.
Me encuentro en la tesitura de aumentar o engordar el texto pero así corro el riesgo de que pierda su naturalidad y su esencia. Los comentarios y las ideas que hemos adquirido en nuestras lecturas, y no solo en nuestras experiencias, nos obligan a recordar textos más antiguos de artistas o filósofos que afirmaban que si se alteraba o desplazaba algún punto concreto dentro del discurso racional sería asimismo que lo hubiere dispuesto la providencia o la mano del creador. Quizá no soy un hombre integro, ni pretenda serlo, si no citaría a Kandinsky, como de hecho así hago sin citarle. La verdadera obra de arte nace misteriosamente del artista por vía mística. Y más adelante señala que: El buen dibujo es aquel que no puede alterarse en absoluto sin que se destruya su vida interior [?] No se trata de que el artista contravenga una forma externa (por lo tanto casual) sino de que el artista necesite o no esa forma tal como existe anteriormente.