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Metavida: Parte 1 de 3



Autor: J. K. Vélez
Ranking en Amazon: #0 (ayer: #0)
Páginas: 58

Descripción:
METAVIDA

EDGAR

Edgar se despertó en la isla.
Teniendo en cuenta que él lo que quería era entrar en la casa, encontrarse allí, en la arena, muerto de sed y molido, en vez de provocarle temor le hizo pensar simplemente que se habían equivocado de programa. Sentía todos sus huesos. Se sentía capaz de contarlos. Respiró durante un eterno minuto hasta que se sintió preparado para levantarse, y cuando al fin lo hizo, las piernas no lo sostuvieron y cayó de cara. Pudo poner las manos en el último momento, pero aún se le llenó la boca de arena.
Lo último que recordaba era que aquellos dos tipos tan extraños, vestidos de negro, con toda la pinta de ser una versión agresiva de los Men in black, estaban a punto de darle una paliza. Luego ya no recordaba nada. Pero debían habérsela dado, y una buena, a juzgar por cómo se sentía. Y era un poco extraño que le dieran una paliza a un concursante. Y aún había algo más. Sonia. No estaba con él. La había oído gritar, ahora lo recordaba.
No le hagáis nada, cabrones.
La voz de Sonia, momentos antes de que él perdiera el conocimiento. Oh, sí. Ahora recordaba la paliza. Pero... no le había dolido, ¿verdad? Ahora sí que dolía, pero no mientras.
Te drogaron.
Seguro. Había tenido que ser así. Probablemente el plan inicial de aquellos tipos era drogarlo y dejarlo en la isla (no sabes si esto es una isla), y la paliza había sido una propina para disfrute del personal de negro.
¿Y Sonia? ¿También la habían drogado?
Sonia está muerta.
?Mentira.
Lo dijo para sí mismo. No gritó, no montó una escena ni nada por el estilo, porque estaba más solo que la una, y no tenía fuerzas para hacerlo. La vocecilla que había dicho aquello era su lado pesimista, el demonio en el hombro izquierdo, la voz de su conciencia. Pero Sonia no debía estar más muerta que él. Al parecer tenían un propósito para ambos. Quizá anduviera en otra parte de la isla.
Y dale. ¿Cómo sabes que es una isla?
?Lo es.
Estaba hablando solo. Aquello era preocupante.
El sol caía a plomo sobre su espalda, y fue lo que le dio fuerzas para intentar levantarse de nuevo. Sombra. Sombra ya. Sombra ahora. Y a ser posible, una coca-cola.
Mientras se dirigía a trompicones hacia la anhelada sombra de unas palmeras se preguntó si habría ido a caer en una versión privada y depravada del programa Supervivientes. En ese caso debía haber cámaras por todas partes. Pensó fugazmente en sonreír a las palmeras pero al final optó por rascarse los huevos. Si lo estaban observando, cuanto más desagradable, mejor. Pero ahí había una verdad, ¿no? Era una idea, no sabía si factible, pero idea al fin. Quizá un millonario seboso con un buen pedazo de la tarta de las acciones de Tele 5 utilizaba al 1% de los concursantes que se presentaban a las pruebas de selección del Gran Hermano para sus fines particulares. Eso explicaría un poco la situación.
Sonia, ¿estás bien? ¿Qué te han hecho a ti?
Porque era prácticamente imposible que estuviera saliendo ahora mismo en televisión. En un programa de la tele no le daban a uno una paliza antes de empezar la aventura. Además, Sonia y él se habían presentado a las pruebas para la casa, no para la isla perdida.
Entonces vio al niño.
Debía tener seis o siete años. De cabello rubio, sus ojos tenían el color y la profundidad del mar, y vestía una túnica que le venía un poco pequeña. Miraba a Edgar con curiosidad, pero sin temor. Edgar levantó una mano, y dijo un atragantado hola. Descubrió que la garganta le abrasaba. El niño no respondió a su saludo, pero clavó su mirada en los labios de Edgar con evidente sorpresa.
?¿Dónde estamos? ¿En una isla? ¿Trabajas para ellos? ¿Cómo te llamas?
Tampoco esta vez consiguió respuesta.
Había llegado a la altura del crío, y cuando iba a preguntar alguna otra cosa, tuvo la sensación de que aquello no era un niño. Dio un paso atrás, tropezó y cayó de culo. La arena le quemó las palmas de las manos. El crío se le acercó y Edgar trató de levantarse convencido de que cor





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