Autor:
Luz Elena Lopez
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Páginas: 57
Descripción:
Sentado junto a la cerca de alambre mirando al vacío, unas veces riendo y otras llorando, se observaba aquel jovencito de escasos veinte años. Nadie sabía qué pensamientos cruzaban por aquella mente en tinieblas.
Ninguna persona pasaba por aquel campo solitario cuya cerca parecía una muralla entre dos países.
Los habitantes de la pequeñísima ciudad El Portal sentían pánico de acercarse por aquel sitio, donde existía una de las más elegantes casas de reposo para enfermos mentales ¡Qué tal que un loco de aquellos se fugara! Preferían caminar más de seis cuadras extras y no pasar por tan temido lugar.
Samuel pasaba los días sentado junto a la cerca de alambre. Desde el amanecer hasta el anochecer parecía cuidar de aquel sitio como si esperara a alguien. No causaba problemas. Con su mente vacía y su andar encorvado pasaba desapercibido en aquel hospital mental. Si estaba de buen humor se recostaba en el grueso tronco de aquel árbol junto a la muralla. Jamás pronunciaba palabra alguna. Cuando los demás internos peleaban, se apartaba fijando su mirada en la pared de aquel inmenso patio donde los reunían. La única persona que lograba despertarle una tímida sonrisa era la nueva interna, que temerosa, se sentaba en el rincón más apartado del patio y con una mirada de terror observaba aquellos seres pelear entre sí.
El corazón de Luisa Fernanda, la nueva interna, le decía que solo podría confiar en el joven que no hablaba pero le sonreía.
Desde su llegada comenzó a seguirlo hasta la cerca de alambre donde pasaban el día en silencio. De vez en cuando se miraban, sonreían, pero cada uno seguía sumido en sus negros recuerdos si es que los tenían. De todos los locos del sanatorio Samuel parecía el más cuerdo, por eso iba tras él.
Al joven no le disgustaba la compañía de la chiquilla. Muchas veces le tomaba la mano besándola, como si le trajera algún recuerdo, luego lloraba tristemente por largo rato y no paraba de hacerlo hasta que las enfermeras le daban fuertes dosis de calmantes.
Creían que los sufrimientos de Samuel los causaba Luisa Fernanda por seguirlo, por eso la castigaban encerrándola. Si gritaba le colocaban la camisa de fuerza e inyectándole sedantes hacían que se callara. Poco a poco la mente de la niña se fue nublando hasta quedar totalmente perdida. Sólo las tinieblas de su alma silenciosa la acompañaban en sus pequeñas caminatas por los corredores del sanatorio mental.