Autor:
DAMESI PADILLA
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(ayer: #317181)
Páginas: 180
Descripción:
Desde ese día los perros no dejan de ladrar. Sus ladridos nocturnos se han vuelto aterradores, casi ensordecedores, como si estuvieran avisando que un intruso merodea la propiedad. Sobre todo por las noches cuando no hay luna o apenas brilla escondida entre las esponjosas nubes de una noche otoñal, y que decir de aquel incesante susurro, apenas perceptible para el oído humano, que resulta por demás escalofriante.
Corre el año de mil novecientos, en una famosa hacienda del estado de Michoacán, delimitada por sus arcos de cantera y coronada por adornos de hierro forjado, así como sus esculturas de piedra labrada. La estancia principal, rodeada de amplios cortinajes violáceos y reliquias antiguas, resultaba el lugar perfecto para situar aquel cuadro recién traído de Europa, dándole un exquisito toque a la decoración de una de las haciendas más prosperas de la región, famosa por sus granos y carne de primera, dignos de ser consumidos en los mejores restaurantes de la capital que da trabajo a cientos de peones que al despuntar el alba empiezan sus faenas y terminan hasta que se obscurece, a cambio de unas míseras monedas, apenas suficientes para no morir de hambre.
Don Pedro, hombre corpulento, de bigote ancho, que porta siempre un sombrero, cubriendo casi por completo su cabello cano, y acaudalado dueño de la hacienda, así como de muchas otras propiedades de la región. Actúa con mano dura para controlar a los hombres que le sirven y empiezan a revelarse por los abusos cometidos en las tiendas de raya, además de los latigazos que se les propinan a la menor falta. No podía faltar el que desapareciera de la noche a la mañana sin dejar rastro alguno, lo cual le ganaba un sinnúmero de enemigos, que no dudarían ni por un instante en vengarse.
Por otra parte, los constantes rumores y delirios de los peones trastornan la disciplina de la hacienda. Están convencidos de que son asediados por algo siniestro, tan macabro que hace sentir escalofríos al más osado de los mortales. Algunos juran que el cuadro tiene una extraña maldición que ha sido pronunciada con el fin de hacerle perder la cordura a don Pedro, otros creen que en el cuadro habitan ciertos demonios que se alimentan del odio y la podredumbre humana y tan sólo podrá controlarlos un alma piadosa, temerosa de Dios, lo suficientemente fuerte como para alejarlos. Aunque don Pedro achaca dichas leyendas al aspecto antiguo, casi enigmático que reflejan sus colores perdidos entre las líneas del tiempo. Además del fanatismo religioso propio de la época porfiriana. Sin embargo, desde que lo tuvo por primera vez entre sus manos le pareció haber sido arrastrado por un hechizo que dominaba su voluntad, haciéndole perder la razón.
Los meses pasaron sin que don Pedro diera crédito a los extraños rumores de las parlanchinas mujeres y atemorizados peones, aunque eran demasiados claros, y detallados como para ser ignorados, sin embargo el insomnio hizo presa de él. Por las noches deambulaba solitario, recorriendo los rincones y pasillos de la hacienda, lo cual mermaba su energía y estado de lucidez. Justo una madrugada casi a las dos, miró de reojo el cuadro del inquisidor, antes de dar la vuelta hacia el pasillo central. Le pareció notar que del cuadro emanaba una extraña fluorescencia verdosa, casi inhumana, además de un terrible hedor. Don Pedro creyó estar soñando, así que cerró los ojos y volvió a abrirlos, notando que la imagen había cambiado. De inmediato se dirigió a su recamara, pensando que se estaba sugestionando por los insensatos rumores de la muchedumbre.
Aunque don Pedro trataba de olvidar lo que había visto unas noches atrás, miles de pensamientos revoloteaban por su memoria, tan vividos que tal parece que el tiempo se había detenido. A medida que transcurrían las semanas, el insomnio se había hecho más y más fuerte.