Autor:
Claudio Hernández
Ranking en Amazon: #214763
(ayer: #214117)
Páginas: 69
Descripción:
Ya estamos cerca del final de la saga "Infectados"
Puedes leer aqui la quinta entrega y un buen número de páginas de las anteriores entregas.
Zombis e infectados avanzan en la ciudad de Águilas, son diferentes entre sí, mientras el Padre Martín y sus séquitos planean abordar el Castillo, donde se encuentra el secreto de la vida eterna, para evitar su descomposición aunque esté vivo y su corazón no lata ya bajo su pecho.
¿Estará vivo todavía el Rey Hins A-Akila que se inyectó el suero de la vida en el siglo XI?
¿Akira Hins, una de sus descendientes, convertida en una infectada, tras ser revivida desde su ataúd, guardará el secreto en su sangre?
La saga más intrigante del año.
Preludio
Quinta parte
Y el Padre Martín estaba triste a pesar de toda su euforia. Detrás del cogote, le acechaba una repentina revolución entre ellos mismos, a medida que?soplaba?vida a los muertos. Cada vez eran más los infectados que soportaban el proceso de la transformación sin morir en el transcurso de esta y se volvían más feroces y mucho más rápidos que los zombis. Estos últimos, sin embargo iban tomando todas las calles de Águilas, desde el norte al sur y del este al oeste. El sol era una gran bola de fuego casi ocultada por la rocosa montaña y todo estaba preparado para celebrar los Carnavales. Miles de turistas habían llegado a la ciudad para celebrar tal evento y pillarse la gran borrachera de su vida, pero ellos estaban ahí, enmascarados con todos los demás disfraces y sus bocas se abrían espumosas y mordían. El virus se propagaría en tres cuartas partes de la ciudad, mientras algunos pocos elegidos, resistirían en sus escondites.
Y el Padre Martín, preocupado, por la descomposición de su cuerpo, guiaba a los suyos, que pronto se revelarían contra él. El Padre Guillermo que nunca hablaba y el Padre Isidoro, más ambicioso. Mientras, en alguna parte del subsuelo de Águilas, seguía oculto Hins A-Akila, el rey de todos los muertos que había descubierto el suero que frenaba el proceso de la putrefacción. Y su piel estaba estirada y suave desde el siglo XI. Diez siglos después.
Pero ahora había que terminar de resucitar a los muertos del cementerio, que tras convulsionarse en sus ataúdes, elegían caminos distintos, avanzando pesadamente, graznando y observando con unos ojos ciegos llenos de odio y oscuridad, a pesar de que eran blancos.
Y los muertos, y los muertos, seguían caminando...