Autor:
Juan de Urraza
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(ayer: #0)
Páginas: S/D
Descripción:
Juan (Eustaquio, Urraza no, debo aclarar), nos muestra un colorido retrato de un tipo humano, producto de nuestro tiempo. La novela de tinte costumbrista, sicológica, urbana y sobrenatural, plantea la búsqueda extraordinaria de un tesoro legendario: Plata Yvyguy. Pero lo notable, no son las cosas que están alrededor de Juan, sino, la embrollada visión de Juan acerca de las cosas. Nos mostrará la vida complicada de la ciudad, lo complejo de convivir con las costumbres de los otros, lo complicado de la relación con las mujeres.
La trama nos invita a criticar, al compás de Juan, a mirar nuestra propia complicación diaria, pero lo interesante es la posibilidad que se nos plantea de reírnos un poquito de la paranoia del mundo. Sí, es una historia de plagueos? Pero con espacio para la risa, para la ironía, y para el asombro de encontrar en una esquina, una situación inesperada.
Juan (de Urraza, no Eustaquio), nos muestra otra faceta de su narrativa en un campo sicológico, que pese a la tensión del otro Juan, es fresca, sincera y realista. Realista, sí. ¿Cuántos creen en fantasmas? ¿Cuántos creen en los tesoros enterrados de la Guerra Grande? ¿Acaso el Paraguay, culturalmente, no convive con la magia del realismo? ¿Puede una guerra tan devastadora para el país, no haber dado el humus suficiente para levantar una hueste de duendes y espíritus? Esa propuesta estará allí: creer o no creer.
Lo que haremos será acompañar al personaje en su aventura del diario vivir, hasta llegar a un desenlace inesperado. La clave la dará la propia mente de Juan, que nos irá guiando, creciendo paso a paso hacia la resolución, hacia la paranoia, hacia la locura. Solo lo sabremos llegando al final, pero podría ser que el final se pareciera a un círculo, donde un acontecimiento que parece el fin, señalará un escalofriante eterno retorno.
El síndrome de Zavala, se descubre en los sueños. En las pesadillas. Pero los síntomas podrían generarse ya con los nombres que nos tocaron al nacer, pasar por los efectos del ?ya da, ya?, y hasta llegar al patrón de dibujos del suelo de cierta casa, similar a un mapa, que apunta a la actual Universidad Católica.
Mientras tanto, que nadie diga, ¡yo no soy así!, cuando creamos vernos señalados por alguna similitud, por encontrar algún síntoma de Zavala en nosotros mismos. Toda la culpa echémosla sobre Juan (Eustaquio, no Urraza). Recomiendo que nadie se sienta aludido, ni culpable de nada al leer esta novela.