Autor:
J. K. Vélez
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Páginas: 49
Descripción:
? ¿Lo conoces? ?me preguntó Lucía, preocupada.
La bola de energía iba creciendo despacio. Jonás no decía nada pero me miraba fijamente.
? Es uno de los guionistas de Gattari. Está conmigo en la casa ?expliqué.
? ¿Qué está haciendo?
? Ni idea.
? No lo hace habitualmente, ¿eh?
? No. Suele jugar al tenis o al golf. Nunca lo había visto hacer un kame-ame.
? Demasiado lento para ser un kame-ame.
? Sólo le estaba poniendo nombre.
Entonces, Jonás tomó la palabra.
? Se están quedando fuera ?fue lo que dijo.
Su voz sonó distorsionada al pasar a través de la bola azul, como cuando hablas a unos centímetros de un ventilador y escuchas tus palabras como si las pronunciase Nono, de Ulises 31, o los Borg, de la mencionada Star Trek.
? ¿Que se están quedando fuera? ?pregunté. - ¿Quiénes?
? Los mundos posibles.
? Emma es la enigmática. Tú eres el accesible, ¿recuerdas?
? Ningún libro acaba siendo lo que soñó quien lo escribe. Las ideas se descomponen, se contaminan, se achican al pasar por el filtro de la decadencia de nuestra humanidad. Disminuyen. Se transforman. Mutan. Y perecen. Pero tenemos un lugar donde pueden preservarse.
? El lugar donde descansan las ideas ?dije.
? Nada debería haber sido nunca así. Nosotros no aprobamos el sufrimiento. Queríamos que fueras feliz. Pero la cagamos.
? Sí que parece que en su día fue accesible, sí ?comentó Lucía.
? Voy a enmendar los errores. Aún estoy a tiempo. Por cierto? No te resistas o saldrás herido ?y diciendo esto, levantó la mano y me lanzó la bola azul como si de una pelota de voleibol se tratase.
La bola de energía me dio en el pecho y me lanzó hacia atrás unos buenos tres metros. El mundo se tornó de color azul. No sentí dolor, aunque el golpe al caer había tenido que ser, por fuerza, considerable. El ruido de los bañistas me llegaba amortiguado, como si los oyera bajo el agua. Me concentré en las nubes. No podía moverme.
Lucía apareció poco después en la periferia de mi campo visual. Me puso las manos en la cara. Estaban frías. La vi mover los labios a cámara lenta.
Después, en un visto y no visto, había recuperado la verticalidad, aunque el mundo seguía siendo un poco azul.
? ¿Dónde estamos? ?la voz de Lucía. Sus manos ya no estaban en mi cara.
Miré alrededor. Habíamos sido transportados a la casa. Lucía, a mi lado, contemplaba el salón con curiosidad. El reloj que había hecho aparecer Emma ya no ocupaba la pared.
Hablando del pequeño monstruo, Emma salió corriendo de la cocina con un fajo de folios. Subió las escaleras riendo, como si quisiera escapar de alguien que jugara a tú la llevas. Otra versión de mí mismo salió de la cocina en su persecución, tropezó con el sillón, se repuso con cierta elegancia, y corrió escaleras arriba tras la niña.