Autor:
Paul Maljc
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Páginas: 314
Descripción:
La idea de Doce Mujeres Despiadadas surgió como resultado de tres biografías frustradas y una investigación. Los tres relatos biográficos, contemporáneos, respondían al encargo de ampliar una colección pensada para las estrellas de tres de los estudios más representativos del cine californiano de los cincuenta: Ava Gardner por la Metro, Rita Hayworth por Columbia y Marilyn Monroe por la Fox. El trabajo, infructuoso, desmenuzar la relación, inexistente pero innegable, entre las tres Musas prominentes del monte Parnaso que se llama Hollywood, y su influencia en la ética y en la estética americanas, quiero decir norteamericanas, de la posguerra.
Concluí donde la intuición dictaba que debía haber empezado, una biografía de Ava Gardner es un imposible; habría podido, a lo sumo, esbozar algunos trazos sobre Norma Jean Mortenson o Margarita Cansino, pero jamás acercarme a Marilyn o a Rita y en ningún caso a Ava por ser, las tres, en cuanto que diosas, inasibles, y sería como intentar novelar las vidas de Hathor, o de Astarté, no están sujetas a las leyes de los hombres ni gravitan según la física de los objetos, porque cuando el trueno del desastre interrumpa sus quejidos, dentro de mil años, cuando, sepultadas por siglos bajo las cenizas del cataclismo nuclear o climático, que son lo mismo, renazcan nuestras ciudades a otro mundo, hallaremos en los altares de los templos futuros estatuillas que representarán a Marilyn como la diosa de la fertilidad, a Ava protectora de la vida en la naturaleza danzando en el claro del bosque y a Rita, la incomparable Hayworth, surgiendo de las aguas montada en un carro de oro que pondría histérica a Cibeles.
Aparece ilustrado, de esta manera, por qué ninguna de las tres, candidatas obvias, entró a integrar la docena. Como tampoco lo hicieron otras heroínas inmisericordes como Cleopatra, amante de muchos reyes, o la danzarina sanguinaria Herodías, ni la insufrible Catalina de todas las Rusias, ni la virtuosa arpía Livia Drusila, ni la guerrera infatigable Margaret Thatcher, ni la circense Teodora, esposa de Justiniano, todas ellas, como tantas otras, aspirantes sobradamente cualificadas para liderar los rankings más exigentes sobre crímenes, felonías, vilezas y traiciones sin cuento. Habría incurrido con cualquiera de ellas en el vicio imperdonable de la obviedad.
Mi docena heterogénea no perseguiría emular los trabajos de Hércules; no deseaba leones de Nemea ni hidras de Lerna ni caballos antropófagos, ni siquiera manzanas de oro, sino la sutileza del anonimato. Porque sí existe un hilo, finísimo pero tangible, que conduce desde Julia Maesa hasta Catherine La Voisin, o desde Inés De Castro al agonizante siglo octavo de María Sarantapechi, en que son doce titánides, doce Atlantes vestidas de mujer que sostuvieron sobre sus hombros una parte, su parte, de la bóveda celeste para liberarse del yugo implacable del tenaz Euristeo, pereciendo para siempre sepultadas entre las páginas de la Historia, porque ellas escriben la historia.
Mi docena está formada por heroínas crueles, implacables, punzantes como el acero frío y afilado y, sin embargo, desconocidas, porque supieron ocultarse, agazapadas entre el fragor de los siglos, de las intrigas que desmenuzan los corazones de los hombres para asomar radiantes entre las leyendas que circulan por los Campos Elíseos y por los dominios de Hades.
Hay otras docenas, pero ésta, Simone Kerring me empujó a escribirla así:
1.- La inagotable bruja polifármacos Catherine Monvoisin.
2.- Hatshepsut, el Faraón Reverente.
3.- Margaretha Geertruida Zelle, Sota de Espías.
4.- La Reina Cadáver Inés De Castro.
5.- Eudoxia Ingerina, La Sueca desvergonzada.
6.- Julia Maesa, Suprema Adoratriz de Baal.
7.- María Sarantapechi, Emperador de los Romanos.
8.- Marozia de Spoleto, esposa del Papa.
9.- La asesina improbable Dawn Harlow.
10.- Semíramis, reina-diosa de los asirios.
11.- Zenobia de Palmira, flagelo de los persas.
12.- La invicta montaraz Sylvia Lamare.
