Los difuntos antes volvían en forma de mariposas, ahora regresan al mundo convertidos en zombis. Pero no son cadáveres insepultos que representan los verbos de la muerte, son otra cosa; si es posible decirlo, más siniestra.
A la gran tradición de narraciones distópicas como 1984, Un mundo feliz, Fahrenheit 451 y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? se suma Ciudad de zombis, donde todo no es como debe ser, sino como puede ser, y donde el orden social correcto es reemplazado por el orden incorrecto de una realidad soliviantada por el crimen organizado y por las instituciones pervertidas por valores trastrocados. En esa sociedad indeseable coexisten dos tipos de zombis: los vivos muertos (delincuentes, drogadictos, prostitutas, policías ferales y militares sicópatas) y los muertos vivientes, los cadáveres redivivos que como una plaga medieval asuelan Misteca.
El Señor de los Zombis, un pederasta desenfrenado, impone su reino de violencia, corrupción y terror a los habitantes de Misteca. Su búnker, protegido por sicarios y policías ferales, es también un harem de niñas raptadas por Malinche Negra y El Matagatos. En este escenario, tanto actual como futurista que parece de Fin de Mundo, el periodista Daniel Medina anda en busca de su hija menor, secuestrada por redes de la trata, mientras intenta vengarse de los asesinos de sus padres...